jueves, 4 de febrero de 2010

Critica del silencio de los corderos



El “Silencio de los corderos" es posiblemente el thriller más relevante y popular de los noventa que triunfó por sorpresa contra todo pronóstico. Con un ritmo perfecto, las pistas adecuadas para mantener la tensión hasta el final y con un reparto que será (casi) más recordado por sus personajes, que por su nombre real. Hablando del reparto nos encontramos con una espléndida Jodie Foster interpretando a una frágil, pero a la vez poseedora de una hermética y extraña fortaleza, Clarice Starling, un Jonathan Demme en plena forma y, sobre todo, un actor, un personaje, un rostro, una voz y una mirada que han calado en el imaginario colectivo como pocas veces en la historia del Séptimo Arte. Hablo, claro, de Anthony Hopkins y su Hanibal Lecter, toda una magistral (y terrorífica) recreación que provoca fascinación, amor, odio, repulsión, admiración y miedo, mucho miedo, todo ello junto aunque pueda parecer una locura. Por supuesto, no sería una gran película que es sin su afilado guión, lleno de suspense, sin su sobria dirección y sin esa atmósfera opresora que la envuelve a cada instante. No resultaría tan notable, también, de no ser por su seco y elegante uso de la violencia (nunca gratuita), por su estupenda narración y por esos brillantes diálogos que están presentes en las demoledoras sesiones entre dos personas a merced de una especie de relación psicólogo-paciente, aunque ésta es mucho más íntima y abrupta, siendo imposible discernir realmente quién interpreta qué papel.